Todo comenzó en el año 2008 cuando vivía en Oviedo y el teatrista
asturiano Boni Ortiz me invitó a colaborar en la revista La ratonera con
reseñas de críticas de teatro, en especial libros.
Mi primera colaboración sería sobre Rashid 9/11 de Jaime Chabaud y
el objeto de la crítica era esclarecer que ante la teoría conspiracionista que
el autor prodiga sobre el derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York,
quedaba ausente de examen el atentado del 11M en Madrid, que los militantes de
la ultraderecha española habían atribuido erróneamente a ETA. La crítica era
dura con un texto que personalmente considero menor y cometí el error de
remitir el archivo a mi tío Fernando de Ita – uno de los críticos de teatro más
reputados de América Latina, en ese tiempo gran amigo de Jaime – y él me regañó
por correo electrónico y después también Jaime, básicamente porque no estaban
de acuerdo con mis planteamientos.
La instrucción era simple: retira la reseña, que no se publique. Y
lo hice, malamente.
Ahí la relación con Jaime comenzó a deteriorarse (antes lo
apreciaba y mucho) y aunque lo seguí frecuentando el cariño se fue apagando
después de sendos encuentros en los que hacía gala de prepotencia y
autoritarismo. Quienes conocen a Jaime saben de lo que hablo, la vulgaridad de
su lenguaje y lo despectivo con quienes no opinan como él es proverbial.
Nos encontramos en Buenos Aires en el año 2010 y mi pareja en esa
época se ofendió por la cantidad de barbaridades que prodigaba Jaime en la cena.
Acepto que yo nunca le puse un alto y seguramente más de una vez le reí los disparates,
la mayoría de contenido sexual y degradando a cuanta mujer estuviera cerca.
Sin embargo, en el año 2012 (en septiembre para ser más precisos)
comenzó a circular una carta de apoyo a Legom para que recibiera el Premio Juan
Ruiz de Alarcón de Dramaturgia del INBA, impulsada entre otros por Boris
Schoemann, Fernando de Ita y Alberto Lomnitz. Jaime también había sido postulado
y ganó.
Mi postura pública fue muy clara, el jurado elegido por la
Coordinación Nacional de Literatura era claramente sesgado y quien instó a
Jaime no fue una institución sino su propio socio comercial.
Ahí la relación ya estaba rota, sobre todo porque antes de que se
diera a conocer el fallo del jurado que reconoce la trayectoria de un autor
dramático mexicano, el propio Jaime estaba enterado del resultado – qué raro –
y me llamó por teléfono dos veces para burlarse e insultar. La primera vez me
quedé en estado de shock pues él aceptaba incluso que había entrado a la
computadora de un empleado suyo – amigo mío – y había leído una conversación
privada en la cual nos reíamos un poco de los legomianos y chabaudistas y
fabulábamos con nuestros propios premios y demás. A Jaime le parecía que yo
estaba contaminando a su querido entenado.
Aunque los insultos eran dirigidos a mí en esas dos largas llamadas,
en realidad Jaime quería utilizarme como mensajero ante mi tío Fernando, Legom,
Ale Serrano, Boris y demás personas cercanas para celebrar su victoria desde
una lluvia de improperios. La segunda llamada – más ebrio aún, de la cual tengo
fragmentos grabados en un viejo iPhone – no sólo me insultaba sino que
denigraba a la chica con la que yo estaba comprometido y sería mi esposa, una
actriz y directora norteña que curiosamente había sido acosada por Jaime en un
elevador (sí, me casé y luego todo salió mal, pero no es el tema).
Ante su falta de valentía, utilizaba a alguien con un perfil menor
para agredir, tal y como lo hizo ahora en una publicación de Facebook que falta
a la verdad y donde vuelve a los insultos y descalificaciones (azuzado por
espíritus mediocres, seguramente), quedando claramente retratado, pues no tiene
ninguna razón para impedir que una compañía de teatro externa se presente en
nuestro teatro con una obra suya a quien cedió previamente los derechos de
autor.
Ni yo soy el representante de mi tío Fernando (con quien Jaime
rompió después de dicha carta) ni tengo por qué soportar – una vez más – las injurias
de una persona que no es capaz de controlar su neurosis.
Desde esa conversación he visto, escuchado y leído decenas de
improperios e injusticias cometidas cuando él es jurado y comentarios desagradables
de su parte contra mí y el grupo que represento. Mis amigos me dicen ahora
“déjalo pasar, seguro está borracho y dolido por la muerte de su hermano”.
Hace unos años borré una reseña y me olvidé de la crítica teatral
por un tiempo, hoy puedo exponer y retratar al Jaime que muchos conocemos tal
cual es. Sobre todo porque está en juego el honor de una compañía que trabaja
con denuedo todos los días y de dos personas, Goreti Monterrosa la productora
ejecutiva de Neurodrama (quién ya fijó una postura legal) y Horacio Hernández
el gestor y programador del espacio. Yo ni siquiera vivo en Pachuca y mi
relación con el proyecto de México en escena es meramente artístico, las
decisiones sobre la programación son responsabilidad de los que están ahí para
ello y pueden preguntar a los integrantes y a la directora de Prana Teatro si
he tenido algún contacto con ellos. Por el contrario, programar una obra de
Jaime me parecía un acto de necesaria conciliación en un medio saturado de
rencillas y violencia.
Es muy triste que un dramaturgo brillante – de los mejores de su
generación, hay que reconocer que como dramaturgo tiene cimas literarias –
termine expuesto a sus arranques más bajos; lo siento pero yo no soy un remedio
terapéutico para expiar sus desequilibrios y los mecanismos del FONCA respecto
a cualquier proyecto son muy precisos y no están en las redes sociales. Mi
conjetura es, si un becario o compañía beneficiada de algún proyecto comete un
error de este tipo es penalizado, ¿pero quién castiga a los jurados que cometen
esta clase de exabruptos?
Afortunadamente creo que nuestra generación es mucho más
civilizada y menos autoritaria, ojalá que sí. En fin, pululan totalitarios, patriarcas
neuróticos en el teatro y la cultura mexicana, pero pocos se atreven a hacerlo
público como hoy Jaime. Gracias, muchas gracias por mostrarnos al verdadero
Jaime. Tú ganas, rey del berrinche y la autoparodia.
Game over.
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