22.11.07

La terapia de grupo en Chinatown

Ahora que los turistas se han marchado de Montréal y sólo queda disfrutar del frío glaciar, también los lugareños se han ocultado como ratas en sus agujeros del primer mundo. Sólo unos pocos salen a la aventura de la calle, unos por necesidad, otros por ocio. Yo salí porque me gusta ese bufette de comida china que es tan barato. Además me hace bien caminar, dicen.
Mientras esperaba a un amigo y me comía alguna carne frita bañada en una salsa exótica, noté que la concurrencia era bastante singular, literalmente.
De la decena de mesas ocupadas sólo una tenía dos comensales o más. Los otros estábamos solos, casi frente a frente. Los bufettes de comida china, a lo largo del mundo, son encuentros civilizatorios, ¡los hay hasta familiares!, pero en Montreal las cosas van al revés, y más si es invierno.
Los solitarios sacamos nuestra desdicha a los bufettes de comida china. No sólo había frikies (como yo), también algunas mujeres normales, un oficinista, una turista latina, los típicos viejos. En fin, nunca me había sentido tan deseado, las miradas iban y venían buscando la complicidad del recién llegado. La soledad y sus devotos son culeros, prolijos como un plato de arroz, te examinan para saber qué haces ahí y por qué no estás con tu armoniosa familia deglutiendo platos dietéticos que preparó tu hermosa y esbelta esposa después de dos horas de gimnasio.
No sé si la gente va a ligar a los bufettes de comida china. Porque tampoco vi acción ni galanteo. Pero había muchas miradas perdidas entre la ansiedad y el infortunio.
Admiro a las personas que llevan dos platos, uno en la mano y el otro apoyado en el brazo, y con la otra mano se sirven dos raciones, algunos, los más experimentados, todavía se dan el lujo de llevarse un cuenco con sopa. Esos tipos son mis nuevos ídolos.
Comprendí que la gente prefiere ir al bufette y pagar trece dólares, pero comer hasta sofocarse en lugar de acudir a terapia. Por eso nadie con escrúpulos (yo fallé) lleva a su novia a comer o cenar a uno de estos sitios.
Un bufette de comida china, la más barata en Montreal, es para expiar las culpas al más puro estilo judeocristiano, sólo que el sacramento de la confesión es el postre de avena y coco o la gelatina con mus de chocolate. Es para comer durante horas, llegar a las dos y abandonar el sitio a las cinco y media de la tarde. Nadie va acompañado porque este rito es tan íntimo como asqueroso, se trata de comer hasta el hartazgo.
Cuando llegó mi amigo el músico Sergio Cano, se disolvió la nube enigmática que rondaba mi mesa. Lo curioso de estos chinos es que después de comer te piden dejar propina. ¿Uno va a estos sitios justamente para no dejar propina, no es cierto? Yo me había rehusado, pero un camarero viejo nos habló en castellano con tono de súplica-exigencia, antes de pedir amablemente que nos fuéramos porque cambia el horario de servicio – entre más tarde, más cuesta.
Es curioso que la gente que más convive con el frío sea la que más miedo le tiene. Los pobres que no tienen para el psicoanálisis con calefacción y sofás confortables atrancan en la comida china al mayoreo.

1 comentario:

spunny dijo...

cuanta verdad en unos cuantos parrafos, ¿cómo esta buddita? me he perdido algunos momentos en tu blog y he llegadoa tu experiencia en Montreal. Debo decirte que yo también sucumbí a esos buffetes chinos: la economia es lo primero. Con esos precios uno puede ahorrarse la cena y el desayuno del dia siguiente.Y la verdad es que entre más lejos estes de la comida mexicana más buscamos, quizas sinq uerer- algo picosito,algo con sabor! para suplir la terrible ausencia del verdadero sazon mexicano.
te mando un beso y un abrazo con olor a barbacoa.
nina