Crónica de un desencuentro
Si la cultura es ante todo arraigo civilizatorio, basta con mirar al estado de Nayarit y particularmente a su capital Tepic, como un lugar en el cual el desarrollo de infraestructura artística paulatinamente genera orgullo local y bienestar público. Probablemente Tepic sea la capital estatal mexicana con mayor número de espacios escénicos por habitante –habría que revisar si la cantidad es consustancial al número de grupos profesionales y la calidad de los mismos– y ante la rehabilitación de la ex fábrica textil Buenavista en un centro regional de las artes, uno no puede sino pensar que la oferta escénica deberá ser generosa en el futuro.
Mientras esos días mejores llegan, el teatro nayarita oscila –como buena parte del país– entre la tímida (acaso incierta) relación de los teatristas con los públicos específicos, la generación de montajes fincados en búsquedas personales que dialogan poco o nada con el contexto y la invasión del modelo de entretenimiento: el código televisado o televisivo implantado en la escena, los paradigmas del cine y de la televisión (del melodrama a la comedia ligera) como poética fundacional.
En el marco de la Muestra Estatal de Teatro de Nayarit, el diagnóstico parcial y personal es que el teatro de este estado tiene mucho por decir a sus ciudadanos y pronto los teatristas locales sabrán cómo. Para trazar una ruta crítica de viaje, llegar a ese cómo con alguna certeza, se invitó al director de la Compañía Nacional de Teatro a dictar una conferencia. Luis de Tavira, el último gran maestro de la escena mexicana, portador del mensaje evangelizador de la CNT, pronunciaría su saber posterior a la lectura de los resultados de la dichosa muestra (de la cual fui jurado) y después cenaríamos todos en completa armonía, como la comunidad artística que somos o deberíamos ser, a pesar de una trepidante lluvia y de la cercanía de una cantina llamada Álica, que como un imán nos obligaba a visitarla.
El pescado zarandeado está en el imaginario (y en las glándulas salivales) de todo visitante. Fui creando expectativas desde la sala de espera de Aeromar para viajar a Tepic.
Entonces el maestro José Inés Enríquez Ledesma, director del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit nos invita a comer en el restaurante Marlín de Tepic y se cumplen mis fantasías gastronómicas.
La escena es la siguiente: En el centro del conocido lugar (fotografías de famosos adornan las paredes) Luis de Tavira pide un coctel de camarón y este quien escribe unos “tacos gobernador”, como aperitivo a la bandeja de pescado zarandeado que hiede mesas contiguas. No hay alcohol de por medio y los anfitriones, que son magníficos, explican las bondades de tal o cual platillo. Hablamos de Amado Nervo y de Alí Chumacero con la maestra Rosalba Esparza, quien acompaña la jornada. Fluye la cordialidad y cuando el enorme pescado llega, impúdicos removemos su carne blanquecina aderezada con vegetales, le ungimos salsas y el gesto es de absoluto deleite.
Por primera vez tengo frente a mí al maestro Luis de Tavira con posibilidad de charla, sin los encuentros mínimos y de cortesía afuera de un teatro o en los brindis de fin de año en el Palacio de Bellas Artes. He escrito y pensado sobre esta persona como personaje público, así que verlo ahí, enjuto y hurgando con su tenedor las vicisitudes carnosas del pescado zarandeado que nos divide me provoca cierto desconcierto, como en la frágil atmosfera de un sueño.
Entre bocado y bocado pregunto sobre el próximo estreno de la CNT, “es un Schiller de David Hevia”. Pienso –y lo diré después de una tostada de aguachile– que cuando apareció el actual modelo de gestión de la Compañía Nacional de Teatro (2008), uno de los críticos del maestro Tavira (y por lo tanto de su emprendimiento público) fue justamente don David Hevia, que en ese momento pugnaba por un modelo de gestión orientado a la coproducción con compañías desde la CNT. Tavira asiente y sonríe cuando comento que los críticos caen poco a poco, “inevitablemente hay que comer”. Y comemos, porque en el Marlín de Tepic a eso se va, mientras suena recia la música de banda detrás.
Quizá ahí debí dejar el tema, no provocar más al maestro ni incomodar al director de la cultura nayarita. Pero estoy dotado de impertinencia derivado de los días en los que el periodismo era la única manera en que me ganaba la vida. Me obligo a seguir, a preguntar. La cordialidad aún abunda en la mesa y avanzo hacia un derrotero aún mayor: ¿Cuándo cambiará la dirección artística de la CNT? De inmediato la tensión se hace presente. Luis de Tavira ya no es la persona de la tercera edad que mete con cierta curiosidad infantil un totopo en un vaso de cristal para atrapar un camarón envuelto en cátsup, sino el maestro irritable del que me han contado mis mayores. El que acude a la descalificación inmediata: “¿Quién eres tú para pedir que cambie la dirección artística? ¿Tú qué has hecho? Cambiará en su momento”, responde después. “Thomas Ostermeier lleva 17 años al frente de una compañía y nadie le dice nada”. Tavira se refiere a la Schaubüne am Lehniner Platz de Berlín, ni más ni menos.
Abandono en el plato un taco de pescado que estaba armando con precisión de cirujano para contrarrestar: ¿Se compara usted con uno de los más importantes directores de escena del mundo? ¿Le parece que hay paralelismo entre la política cultural alemana y México? ¿Sabe de la enorme distancia de presupuesto para cultura entre ambos países?
Y la disputa nos lleva a las cifras. Él dice que los 18 millones de pesos que tiene para producción teatral son poco y “mira el presupuesto de teatro UNAM o del INBA, estamos todos trabajando con muy poco”. Claro, pero en el caso del INBA, es el dinero para todo un país, para toda una comunidad, no se trata de un proyecto artístico personal, le suelto y aprovecho que estoy medianamente lúcido y pregunto: ¿No tiene nada de malo que sus actores sean becarios del FONCA (ergo, que no paguen impuestos, transitan como becarios perennes no como prestadores de servicios, en franca competencia desleal con el resto de los artistas escénicos del país)? No responde la pregunta, en cambio cuestiona si conozco el número de espectadores de las puestas en escena de la compañía y el número de funciones que dan a lo largo del año. No importa, aunque tengan llenos en cada función, es un modelo de gestión centralista y abonado a una élite, respondo, la de los espectadores chilangos.
Enfurece. En su gesto no hay cordialidad y su mirada se fija brevemente en la mía. Afortunadamente mis problemas oculares me salvan, llevo gafas de sol y sé que busca mi mirada, clavarse en ella tal y como me han relatado decenas de alumnos suyos, algunos hablan casi de una capacidad hipnótica en los ojos del maestro. “Hablas desde el desconocimiento. No sabes nada. Ni tú ni los tuyos saben nada”, concluye. En ese momento pienso, ¿a quién se referirá y por qué insiste en usar el plural?
Sube la voz y repite que no tengo ni idea de nada y que hablo de mala fe. Ni buena ni mala, soy ateo. Entonces le pido –aquí reconozco mi osadía– que me acerque la canastilla de tacos gobernador que tiene a su derecha. Ni siquiera me mira, es justamente el director del CECAN quien despliega cortesía. Volvemos al tema de las cifras y el propio maestro José Inés interrumpe la disputa para decir que mejor hablemos del pescado, “que está muy rico”. En medio de aquel altercado verbal (los meseros ya notaron la incomodidad y se les ve nerviosos, incapaces de interrumpir). Se podría cortar el aire con la espina del róbalo y no es mala idea abonarnos a la trivialidad. El silencio invade la mesa y de la fotografía inicial, en los albores de la comida, quedan muy lejos las sonrisas fingidas. Está claro que de mi parte hubo imprudencia y de la suya intolerancia inmediata ante la crítica y descalificación antes que capacidad argumental. Me decepciona que Luis Tavira sea tan mal polemista, yo esperaba que su brillantez me dejara en silencio mascando animales de mar, pero no, ni mucho menos.
Se saborea la comida local con tranquilidad y buen ánimo. Sin embargo, Luis de Tavira no permitirá que el episodio quede impune. Y vuelve a la carga, ya fuera de sus casillas, exaltado y sin que nadie lo interrumpa, sin que este dramaturgo de segunda diga nada; escuchamos los presentes el soliloquio irascible. Otra vez la descalificación, “no sabes nada, no entiendes”. Cuando le pregunto sobre el nulo interés de la CNT en el teatro para audiencias jóvenes (tratando de llevarlo a un ámbito donde florezcan las ideas), revira enfático: Ustedes (se refiere a los que hacemos teatro para niños y jóvenes, supongo) en su mayoría son una pandilla de negociantes. Lo dice justamente el mayor negociante de la historia del teatro mexicano, jurado de cuanta convocatoria ha visto la luz, director –más no funcionario, cosa extraña– de la Compañía Nacional de Teatro, asesor él y su grupo de puestas en escena que van desde la supervisión del Programa Nacional de Teatro Escolar en San Cayetano y en el CEDRAM de Pátzcuaro hasta consejero de presidentes en la extinta CONACULTA, del Consejo Consultivo del CUT, de gobiernos estatales, de la reciente ley de cultura que se debatió de forma itinerante, de Casa del Teatro. Es proverbial la omnipresencia de Luis de Tavira y sus huestes en la política cultural mexicana. Tavira, el fundador de grupos, compañías y escuelas que viven del erario desde hace décadas nos llama “negociantes”.
No me indigno, pero debería. Trato de mantener la calma. El que se enoja pierde, me digo. Hago un cuestionamiento y el maestro furioso (el temblor en su mano es muestra de ello) me interrumpe para exclamar que está harto de la crítica infundada (otra vez el plural) que le hacemos. “Ustedes la camarilla de Facebook”. ¿Qué camarilla? ¿A quiénes se refiere? “Los leo y los conozco bien, ustedes no representan a la comunidad teatral de este país, son sólo eso, una camarilla”.
¿De qué camarilla habla? Finjo que no sé, pero mientras el maestro levanta las manos diciendo que no somos más que un grupo minúsculo de inconformes no puedo sino imaginar el semblante angelical de Martín López Brie, Alejandra Serrano, Michelle Solano, Rubén Ortiz y Rodolfo Obregón, entre otros, muchos otros. Sé que él está imaginando los mismos rostros. Al respecto, recupero unas palabras del propio maese Obregón: “Urge una valoración serena sobre su teatro y, sobre todo, sobre su figura y su influencia en la producción, la manera de escribir la historia, la formación actoral y las políticas teatrales”. La charla o lo que haya sido, termina abruptamente cuando nos interrumpe el resto de jurados de la Muestra –More Barret y Paola Herrera, además de la joven promesa de la improvisación teatral en México, José Luis Saldaña– quienes llegan para comer, a mitad de la disputa.
Me siento mal, confieso, de haber exaltado al maestro y después de su conferencia nos ofrecemos disculpas. No puedo dejar de tener interés por ese viejo barbado, que viste ajeno al trópico y fuma un cigarro electrónico, aquel que se va sin despedirse y no acude a la cena de clausura. Es el Fidel Velázquez del teatro nacional y la CNT el brazo escénico de dos regímenes políticamente oscuros, negados a democratizar por completo la escena nacional. También sé que esta crónica es al mismo tiempo testimonio del suceso y homenaje a su figura, a sus desplantes, a su intolerancia, a su nostalgia de otros tiempos en los que era incuestionable y me juzgo como esos escritores latinoamericanos que de tanto escribir sobre dictadores, comenzaron a empatizar con ellos, a humanizar su autoritarismo. Entonces me detengo y salgo a buscar un trago, con indudable nostalgia de Tepic y su pescado zarandeado.
Crónica publicada originalmente en octubre de 2014 en Teatromexicano.com.mx