Venía en el
autobús, de camino al coloquio para presentar esta ponencia y leí en twitter
que Heriberto Yépez había muerto (lo cual dicho sea de paso, originó un cambio
total en mi texto, una reescritura). No él como persona, sino como autor, el
propio Yépez se despedía.
Lo anunciaba así
en su blog: Quiero hacer pública una decisión que tomé hace tiempo pero que
ahora quiero comunicar a mis tres o cuatro lectores, y que he venido
comunicando estos días a mis amigos. Este 2014 se cumplen 20 años del inicio de
mi proyecto de escritura que he realizado bajo la firma "Heriberto
Yépez". En estas dos décadas he publicado más de veinte libros y he escrito
algunos más que permanecen inéditos, por una u otra razón. He tomado la
decisión de dar cierre a dicho proyecto de escritura. Se puede decir que la
obra de Heriberto Yépez ha concluido.
A Heriberto Yépez
lo considero un amigo lejano, una influencia cercana, un hombre con el cual he
crecido como autor, más allá de evidentes disensos (su absurda necesidad
psicoanalítica, las afrentas verbales con otros autores de su generación y
algunas polémicas innecesarias o disertaciones sobre temas menores que a él le apasionan),
pero me ha permitido, como a muchos autores de mi generación, en especial a los
que habitamos fuera de la Ciudad de México, entender/debatir la literatura
contemporánea desde una perspectiva moderna: La flexibilidad de los géneros,
erradicar las fronteras entre lo narrativo, lo dramático y lo poético, las
influencias de la poesía visual, el canon clásico transformado en experimento
posmoderno, de los estudios literarios devenidos del punk y del ensayo
científico que transitan de la simple divulgación a convertirse en una indagación
compleja sobre lo humano, hasta la revisión de la cultura popular,
especialmente televisiva o televisada, verificando los signos posibles en la
huella literaria. Y ni hablar de las biografías de escritores, a ratos más un vestigio
en el tiempo/espacio de la ficción, más potente que su propia obra y que dilata
mayores signos de interpretación histórica.
Heriberto Yépez,
la inteligencia original y acaso secreta que vive en Tijuana anuncia su propia
muerte. Su proyecto de escritura ha concluido. Creo que a todos los escritores
nos gustaría cambiar de vida, dejar de escribir, hacernos otros. De este
ensayista y novelista criado en los bajos barrios de la frontera norte conservo
dos
objetos afectivos.
El primero, un libro suyo (A.B.U.R.T.O.) malamente autografiado por él en
encuentro de Jóvenes Creadores del FONCA, en cuyas páginas un grupo de becarios
esnifamos cocaína el día del cierre hasta que una hemorragia en la nariz me
obligara a huir con estrépito a mi habitación. Recuperé ese libro después, amén
de una serie de peripecias y de alguien que encontró la dedicatoria y se
preocupó por devolver el ejemplar a su dueño. El otro objeto, un sobre grande y
plastificado en el cual hice viajar libros, desde Bilbao a Tijuana y de
regreso, de Tijuana a Apan, Hidalgo según mi residencia. Un par de envíos
rechazados y no sé por qué no cambié el sobre, supongo que porque su dirección
ya estaba rotulada y este Frankenstein de los sobres, reconstruido con cinta y
trozos de otros sobres nos indicaba el destinatario. En esa época, para
enviarle correspondencia a Yépez había que consignar la dirección postal de un
taller mecánico que estaba cerca de su casa (o eso decía él).
Le envíe mis
primeros libros – me interesa leer teatro, me decía – pero nunca me hizo un
comentario textual sobre su contenido. Es uno de los pocos, de los últimos
intelectuales que van al teatro, que conocen la escena contemporánea y que les
interesa la dramaturgia al mismo tiempo como género literario, que como
documento de la realidad transformado en asamblea.
Porque al final,
la puesta en escena como elemento simbólico del espacio-tiempo en una sociedad,
no es más que la radiografía de un tema público y su relación con esos
ciudadanos-espectadores que lo juzgan. Por eso el teatro es el arte político
por excelencia y la dramaturgia el género literario más cercano al periodismo.
Eso indica, la relación de teatro documental y su auge en sociedades con poca
libertad de prensa.
Experimentos de
relación de lo teatral/textual con la vida política de una sociedad abundan.
Por ejemplo, el Teatro Abierto y Teatro de la Memoria en Argentina, sobre los
desparecidos políticos de las dictaduras, el Colegio del Cuerpo en Colombia,
espacios de teatro/danza con ex guerrilleros, la Berralus Free Theater de Minsk
sobre la actual dictadura bielorrusa y la escritura y puesta en escena de obras
en lenguas minoritarias – como el euskera o el catalán en la Península Ibérica
– amén
del teatro de
resistencia en las comunidades indígenas de América Latina y el trabajo de
grupos como Lagartijas Tiradas al Sol en México, por citar algún ejemplo más
cercano.
La dramaturgia,
esa disciplina cada vez menos literaria y cada vez más otra cosa (innombrable)
útil y necesaria para llegar a los espectadores está contaminada de periodismo,
de estadísticas, de acontecimientos recientes, de temas que están en la vida
cotidiana. Un teatro moderno se nutre de los acontecimientos consustanciales.
Lo mismo para la literatura.
Y al revés, el
periodismo – no solo el cultural – debe nutrirse de las condiciones
estructurales, de las necesidades creativas y debe respirar la crítica que
provienen de la literatura y diría yo de todas las ates.
En Hidalgo, por
ejemplo, leo un pobre periodismo y una literatura marginal, fincada en pequeñas
islas, que hablan poco o nada de los dilemas locales sin estancarse en el más
elemental naturalismo o en el cuadro de costumbres. Aunque hay notables
excepciones como la del maestro Rivera Flores – autor de La Sosa Nostra – quien
trazó un documento vital para entender, desde una prosa personalísima y una
investigación precisa, el auge y apropiamiento de Gerardo Sosa Castelán, actual
dueño de la UAEH.
Salvo ese tipo de
ejemplos combativos, el periodismo en el estado es de una decadencia brutal. Se
compone de editores que procuran cuidar su pequeña cuota de poder no molestando
al gobernador y a los burócratas de turno. Hay un olor a chayote en todo el
periodismo local, lo mismo desde la cúpula universitaria que desde el crisol
del poder estatal.
Construyendo en
sus medios de comunicación toda clase de lisonjas, muchos de los periodistas de
Hidalgo no son comunicadores, sino extensión del poder central, meros voceros.
Si la literatura necesita investigación sobre sus temas y personajes, el
periodismo más, requiere ahondar en las relaciones de poder y en la estatura
moral de sus protagonistas. Y aquí la investigación se reduce a copiar y pegar
un boletín de prensa, adherir al mentón de un sujeto una grabadora y hacer tres
preguntas de cajón. Pedirle al sujeto que se presente “su nombre y qué función
desempeña en este evento”. Evitar la crítica, convertir el diálogo en un ensayo
general con cámaras y micrófonos.
Hay que ser
miserables o tener una vida francamente deprimente para pensar que eso es hacer
periodismo. Y que los valores de la comunicación humana, ya escrita o
dialogada, se reducen a acatar soberanamente los estatutos del poder por un
sueldo ni siquiera consistente. El periodismo en el estado, al contrario de la
literatura, en muchos casos vital y beligerante a su manera, desfasada y no
canónica, padece de inmovilidad, la misma inmovilidad que tiene al estado en un
momento pre democrático.
Ojalá muchos
editores, reporteros y trabajadores de los medios de comunicación en el estado hicieran
lo de Heriberto Yépez. Aquí hago mi propuesta: Dejar su nombre de escritura, su
proyecto público y buscar con un seudónimo; decir lo que no pueden decir con
sus nombres de pila. Me gustaría ver a esos reporteros y editores que en las
cantinas y en los bares hipsters diseccionan la realidad y conocen a la
perfección la médula de los problemas políticos, sociales y culturales del
estado, exponer desde un seudónimo literario su afrenta, para ir más allá del
copiar-pegar una declaración.
Los que estamos de
este lado, dando la batalla por la libertad de expresión y por el avance
sistemático de la comunicación, los que nos dejamos el hígado en cada postura,
en cada debate, los que firmamos con nuestro nombre público cada columna,
opinión o declaración necesitamos sentirnos menos solos y entender que en
nuestro estado también hay periodistas con dimensión literaria y no solo
burócratas que están detrás de un medio supuestamente privado.
Descanse en paz
Heriberto Yépez, dicho sea de paso.
* Ponencia leída en el Coloquio de literatura y periodismo de Hidalgo. Centro de las Artes. 2014.