27.9.14

La muerte de Heriberto Yépez y la literatura y el periodismo en Hidalgo, una propuesta

Venía en el autobús, de camino al coloquio para presentar esta ponencia y leí en twitter que Heriberto Yépez había muerto (lo cual dicho sea de paso, originó un cambio total en mi texto, una reescritura). No él como persona, sino como autor, el propio Yépez se despedía.
Lo anunciaba así en su blog: Quiero hacer pública una decisión que tomé hace tiempo pero que ahora quiero comunicar a mis tres o cuatro lectores, y que he venido comunicando estos días a mis amigos. Este 2014 se cumplen 20 años del inicio de mi proyecto de escritura que he realizado bajo la firma "Heriberto Yépez". En estas dos décadas he publicado más de veinte libros y he escrito algunos más que permanecen inéditos, por una u otra razón. He tomado la decisión de dar cierre a dicho proyecto de escritura. Se puede decir que la obra de Heriberto Yépez ha concluido.
A Heriberto Yépez lo considero un amigo lejano, una influencia cercana, un hombre con el cual he crecido como autor, más allá de evidentes disensos (su absurda necesidad psicoanalítica, las afrentas verbales con otros autores de su generación y algunas polémicas innecesarias o disertaciones sobre temas menores que a él le apasionan), pero me ha permitido, como a muchos autores de mi generación, en especial a los que habitamos fuera de la Ciudad de México, entender/debatir la literatura contemporánea desde una perspectiva moderna: La flexibilidad de los géneros, erradicar las fronteras entre lo narrativo, lo dramático y lo poético, las influencias de la poesía visual, el canon clásico transformado en experimento posmoderno, de los estudios literarios devenidos del punk y del ensayo científico que transitan de la simple divulgación a convertirse en una indagación compleja sobre lo humano, hasta la revisión de la cultura popular, especialmente televisiva o televisada, verificando los signos posibles en la huella literaria. Y ni hablar de las biografías de escritores, a ratos más un vestigio en el tiempo/espacio de la ficción, más potente que su propia obra y que dilata mayores signos de interpretación histórica.
Heriberto Yépez, la inteligencia original y acaso secreta que vive en Tijuana anuncia su propia muerte. Su proyecto de escritura ha concluido. Creo que a todos los escritores nos gustaría cambiar de vida, dejar de escribir, hacernos otros. De este ensayista y novelista criado en los bajos barrios de la frontera norte conservo dos
objetos afectivos. El primero, un libro suyo (A.B.U.R.T.O.) malamente autografiado por él en encuentro de Jóvenes Creadores del FONCA, en cuyas páginas un grupo de becarios esnifamos cocaína el día del cierre hasta que una hemorragia en la nariz me obligara a huir con estrépito a mi habitación. Recuperé ese libro después, amén de una serie de peripecias y de alguien que encontró la dedicatoria y se preocupó por devolver el ejemplar a su dueño. El otro objeto, un sobre grande y plastificado en el cual hice viajar libros, desde Bilbao a Tijuana y de regreso, de Tijuana a Apan, Hidalgo según mi residencia. Un par de envíos rechazados y no sé por qué no cambié el sobre, supongo que porque su dirección ya estaba rotulada y este Frankenstein de los sobres, reconstruido con cinta y trozos de otros sobres nos indicaba el destinatario. En esa época, para enviarle correspondencia a Yépez había que consignar la dirección postal de un taller mecánico que estaba cerca de su casa (o eso decía él).
Le envíe mis primeros libros – me interesa leer teatro, me decía – pero nunca me hizo un comentario textual sobre su contenido. Es uno de los pocos, de los últimos intelectuales que van al teatro, que conocen la escena contemporánea y que les interesa la dramaturgia al mismo tiempo como género literario, que como documento de la realidad transformado en asamblea.
Porque al final, la puesta en escena como elemento simbólico del espacio-tiempo en una sociedad, no es más que la radiografía de un tema público y su relación con esos ciudadanos-espectadores que lo juzgan. Por eso el teatro es el arte político por excelencia y la dramaturgia el género literario más cercano al periodismo. Eso indica, la relación de teatro documental y su auge en sociedades con poca libertad de prensa.
Experimentos de relación de lo teatral/textual con la vida política de una sociedad abundan. Por ejemplo, el Teatro Abierto y Teatro de la Memoria en Argentina, sobre los desparecidos políticos de las dictaduras, el Colegio del Cuerpo en Colombia, espacios de teatro/danza con ex guerrilleros, la Berralus Free Theater de Minsk sobre la actual dictadura bielorrusa y la escritura y puesta en escena de obras en lenguas minoritarias – como el euskera o el catalán en la Península Ibérica – amén
del teatro de resistencia en las comunidades indígenas de América Latina y el trabajo de grupos como Lagartijas Tiradas al Sol en México, por citar algún ejemplo más cercano.
La dramaturgia, esa disciplina cada vez menos literaria y cada vez más otra cosa (innombrable) útil y necesaria para llegar a los espectadores está contaminada de periodismo, de estadísticas, de acontecimientos recientes, de temas que están en la vida cotidiana. Un teatro moderno se nutre de los acontecimientos consustanciales. Lo mismo para la literatura.
Y al revés, el periodismo – no solo el cultural – debe nutrirse de las condiciones estructurales, de las necesidades creativas y debe respirar la crítica que provienen de la literatura y diría yo de todas las ates.
En Hidalgo, por ejemplo, leo un pobre periodismo y una literatura marginal, fincada en pequeñas islas, que hablan poco o nada de los dilemas locales sin estancarse en el más elemental naturalismo o en el cuadro de costumbres. Aunque hay notables excepciones como la del maestro Rivera Flores – autor de La Sosa Nostra – quien trazó un documento vital para entender, desde una prosa personalísima y una investigación precisa, el auge y apropiamiento de Gerardo Sosa Castelán, actual dueño de la UAEH.
Salvo ese tipo de ejemplos combativos, el periodismo en el estado es de una decadencia brutal. Se compone de editores que procuran cuidar su pequeña cuota de poder no molestando al gobernador y a los burócratas de turno. Hay un olor a chayote en todo el periodismo local, lo mismo desde la cúpula universitaria que desde el crisol del poder estatal.
Construyendo en sus medios de comunicación toda clase de lisonjas, muchos de los periodistas de Hidalgo no son comunicadores, sino extensión del poder central, meros voceros. Si la literatura necesita investigación sobre sus temas y personajes, el periodismo más, requiere ahondar en las relaciones de poder y en la estatura moral de sus protagonistas. Y aquí la investigación se reduce a copiar y pegar un boletín de prensa, adherir al mentón de un sujeto una grabadora y hacer tres preguntas de cajón. Pedirle al sujeto que se presente “su nombre y qué función desempeña en este evento”. Evitar la crítica, convertir el diálogo en un ensayo general con cámaras y micrófonos.
Hay que ser miserables o tener una vida francamente deprimente para pensar que eso es hacer periodismo. Y que los valores de la comunicación humana, ya escrita o dialogada, se reducen a acatar soberanamente los estatutos del poder por un sueldo ni siquiera consistente. El periodismo en el estado, al contrario de la literatura, en muchos casos vital y beligerante a su manera, desfasada y no canónica, padece de inmovilidad, la misma inmovilidad que tiene al estado en un momento pre democrático.
Ojalá muchos editores, reporteros y trabajadores de los medios de comunicación en el estado hicieran lo de Heriberto Yépez. Aquí hago mi propuesta: Dejar su nombre de escritura, su proyecto público y buscar con un seudónimo; decir lo que no pueden decir con sus nombres de pila. Me gustaría ver a esos reporteros y editores que en las cantinas y en los bares hipsters diseccionan la realidad y conocen a la perfección la médula de los problemas políticos, sociales y culturales del estado, exponer desde un seudónimo literario su afrenta, para ir más allá del copiar-pegar una declaración.
Los que estamos de este lado, dando la batalla por la libertad de expresión y por el avance sistemático de la comunicación, los que nos dejamos el hígado en cada postura, en cada debate, los que firmamos con nuestro nombre público cada columna, opinión o declaración necesitamos sentirnos menos solos y entender que en nuestro estado también hay periodistas con dimensión literaria y no solo burócratas que están detrás de un medio supuestamente privado.

Descanse en paz Heriberto Yépez, dicho sea de paso.

* Ponencia leída en el Coloquio de literatura y periodismo de Hidalgo. Centro de las Artes. 2014. 

8.9.14

Reflexiones de un observador en la Muestra Estatal de Teatro de Tlaxcala 2014


En su obra Distinción, el sociólogo francés Pierre Bourdieu, después de discutir sobre el capital simbólico en la sociedad actual, traza una línea argumentativa en la que establece que aquellos signos (disposiciones) que delatan los orígenes y la trayectoria vital de las personas (y yo agrego, de las sociedades también; y es aquí donde conjeturo sus ideas a favor de las artes escénicas como un proceso civilizatorio más, como un genuino proceso de trabajo colectivo) y éstos signos tan destacados por Bordieu utilizan como vehículos de expresión el cuerpo, la altura, la postura, la manera de andar, el porte, el tono de la voz, el estilo del habla, la sensación de comodidad o de disgusto, en resumen el gesto en sí mismo, para entender o acaso atisbar este capital simbólico habría que observar con detenimiento, según mi juicio, la forma en la que producen ejercicios escénicos, de todo tipo, más allá del ritual de la vida cotidiana. Puesto que estos entes, estos sujetos que forman sociedades y los grupos que se manifiestan a través de ellos para acomodar en su contexto propuestas estéticas que hablan al mismo tiempo de sí mismos y de la expectativa que quieren cumplir, en una suma perenne de reflexiones: el arte de crear arte, de propagarlo y debatirlo. 
Así la Muestra Estatal de Teatro de Tlaxcala (METT), es una metáfora suspendida en el tiempo de su sociedad. Es una forma de entender el tiempo y el espacio de una comunidad, en este caso tan heterogénea como el propio estado de Tlaxcala; con sus carencias, con sus virtudes, defectos y posibilidades de acción e interacción. 
Tlaxcaltecas, ustedes no organizaron una Muestra Estatal de Teatro, ustedes construyeron una metáfora de Tlaxcala, de su forma de organización civil, de su relación con las instituciones, con la apropiación del espacio público, con las preocupaciones y temas consustanciales a su forma de establecer puentes entre minorías. Y no me refiero solamente a los organizadores, sino al aparato de acción y reacción entre el público, el resto de la comunidad teatral, los técnicos, los funcionarios y los medios de comunicación; ejercicios como éste son, antes que otra cosa, puentes sensibles entre creadores, empresas e instituciones para con un público amplio e indeterminado. 
Durante una semana no asistimos a un tropel de obras de teatro, en realidad fuimos testigos del modo en que Tlaxcala y su comunidad escénica se ve y se escucha, se entiende y comprende el contexto. Y cómo se ofrece a los ciudadanos de su estado ese proceso vital. 
Por lo tanto, a partir de mi experiencia personal, de lo visto en la METT y de las opiniones escuchadas y derivadas de este ejercicio, propongo ala comunidad en general lo siguiente: 

- Mejorar las condiciones de la convocatoria, y pensarla para grupos profesionales. Quizá hacer dos muestras, una para grupos profesionales con aspiraciones de lograr un circuito posterior y otra muestra para escolares y aficionados. 
- Luchar por los espacios públicos; por los teatros del estado en definitiva y evitar la tiranía de los técnicos. Situar al teatro Xicohténcatl como el eje de la recuperación, con temporadas para los grupos locales y trabajando también los fines de semana. Inconcebible que el teatro más emblemático del estado permanezca cerrado durante los días del ocio.   
- Crear una asociación o confederación de grupos locales profesionales, una AC donde confluyan la mayor parte de los grupos de artes escénicas del estado y puedan presentar proyectos en común para atraer recursos más allá de las instituciones culturales. 
- A través del ITC lograr un fondo estatal de gestión de derechos de autor para que los grupos puedan solventar total o parcialmente el coste de los derechos autorales. 
- Configurar un inédito y continuo Circuito Estatal de Artes Escénicas dividido en la necesaria direccionalidad de públicos: Teatro para niños y jóvenes y teatro para adultos que incluya propuestas de intervención en espacios alternativos y/o no convencionales. El Circuito puede crecer a diversas instituciones y nutrirse de recursos externos al ITC, además de elaborar convenios con instituciones educativas y empresariales.
- Lograr la obtención, diseño y realización de estructuras técnicas (estructuras lumínicas, auditivas y multimedia) propiedad de la comunidad en su conjunto, que puedan prestarse a los grupos para su itinerancia. 
- Que las obras de la METT provengan de una curaduría previa y que todas las obras a presentar reciban un pago estándar por dicha exhibición de su trabajo.