25.1.08

¿Y la democracia?

El juego democrático está presente en las obras de arte desde que unos entusiastas griegos lo subieran a la escena de las ideas. Con sus altibajos, la democracia ha estado presente en el teatro, solapada o manifiestamente para recordarnos que hasta ahora es la menos mala de las formas de gobierno.


Detesto a los antidemócratas porque me recuerdan a mí mismo de adolescente. Pensaba que el mundo era susceptible de cambio si yo me lo proponía, es decir, con mi voluntad bastaba. Los detesto aún más porque a pesar de odiar el régimen, de no votar y de tener una actitud abúlica sí reciben todos los beneficios que la lenta democracia les provee. Los detesto también porque algunos ni impuestos pagan.


A más de uno le diría que se fuera a vivir a uno de los múltiples países que no cuentan con régimen democrático. Después, claro está, siguen los que confunden democracia con el sufragio, o con las condiciones electorales que son evidentemente uno de los asuntos por mejorar en la democracia de todo el mundo.


En fin, cada vez que veo una obra dramática que habla sobre la democracia, y especialmente en los países de América Latina me pregunto cómo se conformó el elenco, quién eligió la obra, quién paga los derechos, honorarios y el mantenimiento de esa producción. ¿Por qué esa y no otra? ¿Por qué ese director y no otro? ¿Por qué se muestra en esta sala y no en la siguiente?


Si se trata de teatro público o favorecido por el Estado es evidente que debemos pedir cuentas, como ciudadanos, no sólo a la puesta en escena, sino a la multitud de mecanismos que hicieron posible la presentación del espectáculo.


He visto a muchos escritores de teatro poner en la balanza de sus textos la fragilidad de la democracia contemporánea. He visto a directores, actores y escenográfos quejarse por tal o cual condición política de su país, del presente o el pasado y dejarlo ver en la puesta en escena. Pero en el fondo, el teatro hispanoamericano es básicamente antidemocrático.


Especialmente en su modo de operación. Seguimos sin saber cómo se eligen las obras que gozan de los grandes presupuestos, los funcionarios acceden a los puestos de control del arte escénico sin preparación y por recomendación política, los festivales responden a intereses mezquinos, la critica está soterrada para que el nivel de las producciones no se verifique, el público ya ni acude a la salas, pero da igual porque de todos modos no nos interesa lo que opine, sino lo que el Estado me subvencione para que yo diga que en mi país, región o cuidad no hay democracia, o luz eléctrica, o agua potable.


Al respecto, se habla recientemente que en Ciudad de México, en el famoso CUT (el centro de formación teatral más activo del país) se presenta para ser directora una mujer cuya carrera artística es formidable, pero como funcionaria no ha conseguido los mejores resultados. Se trata de Mónica Raya, una diseñadora escénica de fama mundial que sin embargo durante su gestión en el teatro de la UNAM (la Universidad más importante en lengua castellana) no construyó el espacio plural que necesitaba la “comunidad teatral”.


Personalmente la estimo y admiro su trabajo, pero no soy yo quién debe decidir el destino de la dirección del CUT. Esa tarea es de los alumnos, de los maestros y de la colectividad que ha formado durante años el espacio de formación teatral mejor estructurado del país. Mi opinión no cuenta, porque ni estudio, ni estudié ahí, ni soy docente ni nada.


Pero no serán los afectados del CUT los que opinen sobre su próximo director, será un oscuro funcionario, detrás de su escritorio; una pena.



México D. F., a 23 de enero del 2008


DOCTOR JOSÉ NARRO ROBLES
Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México
P r e s e n t e

Los abajo firmantes, exalumnos del Centro Universitario de Teatro y miembros de la comunidad teatral, queremos manifestar que, como es de su conocimiento, el CUT es parte fundamental de la historia teatral de nuestro país. Muchos de quienes integramos esta comunidad somos egresados de esta escuela y queremos externarle nuestro profundo desacuerdo con el hecho de que sea designado como Director del CUT cualquier persona ajena a la trayectoria e incuestionable tradición que sustentan los 45 años de formación de artistas conscientes y comprometidos con su entorno político, social y artístico.
Por ello, y ante el creciente rumor sobre la designación de la Mtra. Mónica Raya como directora del CUT, nos dirigimos a usted de la manera más respetuosa para expresarle nuestra indignación ante la posibilidad de que esto ocurra. De consumarse este hecho, sería interpretado por nosotros como una afrenta y una provocación porque, además de no pertenecer a su comunidad, es conocida su animadversión a este Centro, su trato despectivo a algunos de sus maestros fundadores, así como a muchos miembros del ámbito teatral, durante su conflictivo desempeño al frente de la Dirección de Teatro de
la UNAM.
Confiamos
en que el presente comunicado será atendido por usted, y que la voz del Consejo Asesor del CUT, conformado por personas de incuestionable autoridad artística y moral, será imprescindible en tan importante decisión.

Atentamente

Egresados del Centro Universitario de Teatro y Miembros de la Comunidad Teatral


C.c.p. Mto. Sealtiel Alatriste, Coordinador de Difusión Cultural.

5.1.08

2007

Nos gustan los recuentos. Tal vez para eso sirve hacer una fiesta el día 31 de diciembre. Para que el recuento del día siguiente, de todo un año en realidad, lleve las últimas sonrisas y el sabor - ahora amargo - del vino nocturno como distractor.
Para el teatro fue un año, como desde hace más o menos una decáda, de ir y venir por la nostalgia y la sistemática perdida de optimismo. Murieron grandes como Gurrola o Fernando Fernán Gómez y Marcel Marceau. Y pululan las promesas de jóvenes autores, directores y diseñadores mientras disminuye el gusto por el teatro y la presencia del arte dramático en los medios.
Se ingnoraron los festivales iberoamericanos de teatro. Las muestras y ferias nacionales de los países de lengua castellana tuvieron un impacto mediano y sectario, sólo Veronese (Mujeres que soñaron caballos y Un hombre que se ahoga) dio una o varias muestras de renovación transfronteriza en una lengua que hace mucho teatro para la pobre cantidad de espectadores que genera, y que además su presencia global es escasa.
En cada país hay hallazgos y obras para el olvido, la mejor noticia en México fue Edgar Chías y su triunfo en Nueva York y Londres (De insomnio y medianoche), en España Ana Zamora y el Misterio del Cristo de los Gascones.
Lo raro o extraño fue el 2666 basado en la novela de Bolaño que dura 5 horas, la pereza del gobierno mexicano para recuperar el Centro Cultural Helénico, la perdida de la voz crítica de Fernando de Ita en Reforma y la antología de Atuel Poéticas de Iniciación del teatro argentino, donde la dramaturgia pampera queda muy mal parada y parece ya lejana la generación ilustre de Spregelburd y Daulte.
El teatro tuvo un año bastante discreto en lo general. Muy enriquecedor en los cimientos, en lo particular de algunas regiones y países, técnicas, escuelas, teorías; también con varias perdidas físicas, que hacen historia, que dejan recuerdo en el camerino, un vago olor a pena que pronto se disipa, porque como decía Edmundo Valadés: la muerte tiene permiso, y la función siempre continúa, a pesar de los actores.