13.10.07

La burocracia o el escenario de la no existencia: un mensaje apocalíptico

Guillermo Fadanelli insiste en que somos sociedades depresivas. Y se necesitan libros, por ejemplo, para decirnos cómo construir una familia sólida, después de pasar horas frente a la televisión o cómo bajar de peso después de tres indigestas comidas diarias. En efecto, el deprimido necesita ayuda. Requiere que sea otro el que resuelva sus problemas, en todo, o en parte. Los deprimidos sentimos la inminencia del fin con mayor dureza.
Esta legión de deprimidos necesita expertos, o por lo menos eso nos han hecho creer, y eso origina el mercado, la famosa oferta y demanda: el depresivo frente a la constelación de posibilidades para sanar su mal. El depresivo en la farmacia o el supermercado, o cambiando el canal de la televisión.
Aunque cabe señalar que cada experto es sólo un especialista en un diminuto problema humano, no en varios, como querían los griegos. Y el mercado no es más que la suma de los problemas humanos: perfecto círculo vicioso. La exaltación de ese círculo parece ser la vida moderna.
Para tal efecto (el de la vida), la raza humana, además de libros, ha creado instituciones. Para compartir los problemas y, si el caso, darles solución, es decir, ordenar las circunstancias del mercado, determinar qué expertos pueden acudir al auxilio del depresivo. Las instituciones deben construir y hacer funcionar las escuelas que un solo hombre tardaría toda una vida en poner en pie para educar a sus hijos. Las instituciones deben decir cómo y por dónde debe ir esa carretera que lleve al hombre de su casa al pueblo. Esa carretera no la habría podido construir el hombre solo con sus dos manos.
Alguien tuvo fe en las instituciones. Un día, no sé por qué, se le ocurrió que era la mejor forma de distraer a los hombres indignos, como yo. Y las instituciones se esparcieron como la fe, incluso se erigieron templos en su nombre. Dentro de ellas oficia una turba de bárbaros que llamamos burócratas, los cuales en poco tiempo se apoderaron de las instituciones, las hicieron suyas.
Ellos, que han memorizado los sistemas de funcionamiento de los establecimientos, que pueden recitar de memoria leyes y reglamentos mientras mean o fornican, que pueden dictar cátedras sobre el manejo de la cafetera o de alguna clase de formulario a mitad de una fiesta, perpetran la fe del hombre en las instituciones: detentan el poder con la eterna promesa de aliviar algunas o todas las depresiones del hombre.
Hasta el político más poderoso está indefenso frente a los designios de una secretaria. Los burócratas son una sociedad secreta que guarda en sus escritorios las claves de la vida humana, y esa claves jamás serán reveladas. El burócrata, clérigo de la institucionalidad, sabe que el concierto de la vida moderna pasa por sus manos.
La burocracia no es un mal. La burocracia es el mal. La burocracia es la negación absoluta de la vida. La burocracia es la derrota del hombre y el triunfo de la fotocopiadora. Pero ellos saben que necesitan depresivos, de ellos alimentan su grandísimo ego. Y nos llaman con sus cantos de sirena, convertidos en pasaportes, permisos, mutas, subvenciones, al fin y al cabo promesas todas. Recetas falsas para curar la depresión, porque detrás de un trámite vendrá otro. El burócrata es el psicoanalista de las sociedades modernas.
Cuando un hombre entra a una oficina para iniciar un trámite pierde su libertad: gana un formulario. En otras sociedades se diría, que le entrega su alma al diablo. El burócrata seduce con su indiferencia, con su trato mezquino. No aleja. El peor burócrata, el más sanguinario, es que el que más depresivos tiene detrás de él.
La burocracia es el juicio final aplazado por la ausencia de papel para la fotocopiadora, la falta de un sello o el inestable sistema informático. La burocracia está en todas partes y casi nadie puede librarse de ella, al contrario, proliferan los esfuerzos para hacer de la burocracia el único sistema de vida, elevar las instituciones al grado de los dioses.
Los burócratas aman su mundo, porque son perversos. Decoran sus oficinas y escritorios cruelmente. En ese aparente pequeño detalle hay un mensaje escondido: el burócrata también es el amo y señor del mal gusto. No le basta con la perdida de libertad del hombre, también quiere su sensibilidad. La burocracia es la imposibilidad del arte. Para el burócrata el arte, que no figura en los procedimientos, debe ser abolido.
La burocracia es infinita. Sus métodos están perfectamente automatizados para que el trámite no concluya nunca. Incluso después de la vida. El cuerpo desaparece, pero el trámite continúa: trámite eres y en trámite te convertirás.
De una oficina a otra, de una institución a la otra, la burocracia despliega su figura de agujero negro, un problema formal que ni filósofos ni científicos quieren tocar. Estudiar la burocracia es un sofisma, puesto que la burocracia no se puede estudiar, si acaso se hace fila para tomar turno.
Los burócratas son como ángeles, en lugar de alas llevan papeleo. Asexuados y al servicio de un dios que no existe, aunque ellos prometen, en su bobo aleteo, en su gesticulación exagerada, una vida eterna de felicidad. La jerarquía de la burocracia también se parece mucho a la angelical. De los arcángeles mayores de oficinas cerradas a las simples secretarias-ángeles sólo hay unos cuantos pasos, pero nadie invade el territorio del otro. Han formado sindicatos para transmutarse el poder, en un perfecto sistema de perpetuación de su especie.
No existen más las sociedades depresivas. El estado de ánimo –decadente sí, pero humano– ha sido sustituido por la sala de espera, por el original y copia, por el inútil presentarse sin requisitos, aunque nadie sepa cuáles son. Ha sido derrocado el espíritu humano, por el espíritu de gestión. Quien no haya nacido con ánimo paciente está condenado al suicidio. El hombre-burócrata ha triunfado. Las sociedades depresivas han dado lugar a las sociedades burocratizadas, y ese es el fin de la civilización como la conocemos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No fuiste tu mismo burócrata... a estos siempre se les ve de donde más cokjean...

Anónimo dijo...

deberías componer esta mierda, no se puede ser el primero en dejar comentarios

Anónimo dijo...

Muy buen texto, y sumamente irónico...