¿A quién? A la gente de teatro, está claro. Teatro para sí mismo y para un puñado de curiosos. Mientras se desarrolla el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, la ausencia de este evento en los medios de comunicación es pasmosa. No sólo desde el punto de vista noticioso, sino de crítica, de reflexión y análisis.
Se suceden los festivales de integración de Manizales, de Bogotá, de Cádiz, fiestas teatrales en Argentina, México, España, Perú, Chile y el teatro cada vez se oculta más en su cueva, en su pequeño reducto de confinamiento, pero al mismo tiempo quiere que lo vean y lo disfruten, que lo amen y lo revitalicen los espectadores.
¿A quién le interesa un teatro endogámico y autocomplaciente? Supongo que a nadie, pero las circunstancias son así. Aunque la cultura y el arte ya están bastante lejos de la realidad informativa, el desprecio por el teatro es significativo. Cada año es peor. Si se tratara de una feria de libro o de una muestra de arte contemporáneo con el título de “iberoamericano” habría mucho más expectativa. Si acudieran en proporción y prestigio los creadores de teatro que viajan a Cádiz en una feria/desfile del libro, los periódicos darían cuenta de ello continuamente.
Nunca como hasta ahora la lengua castellana había tenido tantas producciones propias, tantos autores, actores y directores. Nunca como hasta ahora el habitante de la lengua española podría ver un teatro tan distinto que hablará desde los extremos del continente, nunca como hasta ahora el teatro está al alcance de casi todas las clases sociales, en casi todas las zonas, desde el teatro de calle hasta los experimentos escénicos posmodernos el esplendor del teatro hispanoamericano crece día a día y casi nadie lo advierte. Mientras aumentan las producciones y los profesionales del teatro, la gente se aleja más. Por ejemplo, el interés que suscita el FIT es paupérrimo a pesar de que se han dado cita creadores excepcionales y un buen número de críticos y estudiosos de la teatralidad.
Mucho se puede decir sobre la incidencia de la televisión, de los espectáculos masivos, del entretenimiento en la vida moderna, lo cierto es que el teatro no ha sabido contagiar ni al público ni a los medios de un interés superlativo. Pocas producciones llevan realmente a sus salas a personas que saben lo que quieren ver, a diferencia de alguien que compra el libro de un autor de prestigio.
Casi todos los espectadores van por otras razones, totalmente ajenas al discurso del artista y muchas de las veces inconscientes de lo que van a ver.
¿Qué hacer entonces? Si la masa no va al teatro, el teatro debe ir a la masa. Sí. Pero esos espectáculos generalmente menguan la calidad. El teatro para el gran público, salvo excepciones, es divertimento fácil o extensión de la urdimbre televisiva.
¿Qué hacer entonces? Si la masa no va al teatro, el teatro debe ir a la masa. Sí. Pero esos espectáculos generalmente menguan la calidad. El teatro para el gran público, salvo excepciones, es divertimento fácil o extensión de la urdimbre televisiva.
¿A quién le interesa el teatro? A la gente que le interese, sea la que esta sea. No hay más. Es natural y deseable la preocupación por el gran público, pero para todo hay momentos y lugares.
El FIT no puede ser la coronación del folklorismo teatral de Iberoamérica. Para dar un ejemplo, México envía dos obras, una de probada calidad, Las chicas del tres y medio floppies, texto de Legom y la dirección del británico Jonh Tiffany con dos actrices excepcionales. Una propuesta clara, inteligente, con un tratamiento honesto y que sitúa al teatro mexicano en un nivel ajeno a la experimentación y la pura definición de identidad. Una obra que ha sido probada en México con éxito y que lleva varios años de aquí para allá. Y por el otro lado, acude una propuesta de Ofelia Medida con La Medina de pasada por Fridonia o cada quien su Frida, precisamente sobre la célebre Frida Khalo. Otra obra dramática sobre este incono del mercantilismo cultural mexicano, un mito más de la cultura nacional que se sube al avión de la exportación tradicional.
Es natural que en Finlandia o Dinamarca se vea a muchos países de América Latina e incluso España y Portugal con cierto exotismo, y tal vez es normal, que conozcan de nuestras naciones sólo los lugares comunes, las historias repetidas, lo que se ve en cualquier enciclopedia. Nosotros hacemos lo mismo, conocemos de ellos superficialmente uno a uno sus tópicos. Bajo esa lógica me parece coherente que viajen obras a sus festivales sobre esta clase de temas culturales de sobra conocidos; a un danés lo que le interesa de Costa Rica deben ser sus playas y mujeres, si en una obra eso se resume con una bonita historia, Costa Rica habrá ganado un turista.
Pero en un encuentro de este calibre, donde se trata de reflexionar acerca de la cultural teatral de Iberoamérica como un continente complejo, se eligen obras “representativas” sólo por su carácter histórico o tradicional, y dejan de lado la verdadera hondura sobre la teatralidad en cada uno de los países o regiones.
El arte, y el teatro específicamente, sirven para maquillar terriblemente la realidad. Alguien que acude a ver una obra sobre algún problema social creerá que basta con discutir en las puertas del teatro después de la función “la terrible situación” de los niños centroamericanos para sentirse comprometidos con las causas difíciles del tercer mundo.
Mucho del teatro latinoamericano también está contagiado de ese virus que es vender la miseria y la desgracia. Y lo peor: abundan los prejuicios del público y de la crítica al respecto. Todo quieren verlo desde el crisol social, aunque la obra trate sobre astronautas posmodernos, “es una metáfora (también usan el término crítica) a la situación de los niños de la guerrilla salvadoreña”, dirán.
¿Quién selecciona las obras? ¿Cuál es el criterio? En suma: ¿Para qué hacer un festival iberoamericano de teatro que se pierda en el folclor y la muestra de identidad de cada nación? Nuestros países han madurado lo suficiente como para poder ofrecer propuestas que rebasen la identidad local, y que busquen a partir de ahí, o por eso mismo, un discurso más universal, menos complaciente, más esperanzador en otro sentido: el de la creación comprometida no con las causas sino por las causas. Estoy seguro de que en España y en cualquier lugar de Iberoamérica, todos saben quién es Frida y su terrible calvario/vida que la ha encumbrado.
¿A quién le interesa entonces el teatro iberoamericano? A los teatreros iberoamericanos. Está claro. En festivales con esta dimensión hay que aprovechar la ocasión y el derroche de recursos para ver y discutir un teatro más complejo, no regodearnos en nuestro acostumbrado chovinismo identitario, para eso están las cantinas y los bares, para compartir las adversidades y presumir lo posible. En esta clase de eventos hay que cerrar la puerta a los curiosos y convocar a la crítica. Tal vez de esta reunión de inteligencias y creadores nazca verdaderamente el teatro de este siglo, el que invite a los espectadores a sus salas, de nueva cuenta, y el esplendor sea real, completo.
7 comentarios:
A nadie... De verdad, a nadie, cierra el blog.
... exacto... sólo a dos o tres peltos. El teatro es una bsaura...
desde que nació el cine el teatro está para morir (se) de hambre, yo les digo desde aquí que mejor ya no vayan al teatro o sí, por última vez para tener algo que contar a sus nietos...
Lo peor, es que lo sé, el teatro está de cabeza, pero ni modo, hay que defender el oficio.
ya chale, pinche Olmos, si no te gusta el teatro dedícate a vender tamañles, me caga la gente que siempre está critica y critica
A mí me importa el teatro, pero no quién lo promueve sino cómo se hace, creo que hay que dejar de preocuparnos por estas cosas y hacer BUEN TEATRO...
De acuerdo pilla, totalmente...
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