"No podemos escribir predispuestos a denunciar algo. Si somos personas comprometidas y tenemos preocupaciones éticas, la obra va a reflejar automáticamente lo que somos y en quién creemos" [...] no hay otra. Para cambiar las estructuras sociales es mejor un mitin que una obra de teatro".
Con la muerte de Emilio Carballido —el más representado de los autores mexicanos del siglo XX— se extingue en México la generación de los 50. Un grupo independiente y coherente del que se recuerda a Rosario Castellanos, Sergio Magaña, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño y del cual sólo sobrevive Luisa Josefina Hernández, también dramaturga.
Carballido, considerado “fenómeno del teatro del medio siglo”, consiguió trazar un nuevo rostro del teatro mexicano, abordando en sus dramas problemas cotidianos que partían de la realidad del espectador.
Muy tempranamente alcanzó la celebridad cuando en 1950 su obra Rosalba y los Llaveros, dirigida por Salvador Novo, lo transformó de un desconocido de 25 años, al único dramaturgo joven en pisar Bellas Artes.
El también narrador, crítico, guionista y, en algunas ocasiones, director teatral, vivió con la certeza de que “escribir es un acto de contacto con nuestra propia fantasía”. A los 82 años, murió el pasado lunes, en el hospital Luis F. Nachón, en la ciudad de Xalapa, víctima de un infarto agudo al miocardio.
Héctor Herrera, su pareja sentimental por 20 años, refirió que los diarios personales del autor de Orinoco permanecen inéditos, lo mismo que varias obras teatrales, una de las cuales se comprometió a entregar en octubre de este año a la Fundación para las Letras Mexicanas. Carballido recibió 370 mil pesos como parte del Programa de Aliento a la Obra Literaria, que el año pasado abrió esa fundación.
Nacido el 22 de mayo de 1925, en Córdoba, Veracruz, Carballido marcó con su teatro a las diversas generaciones de dramaturgos de mediados de siglo XX al presente.
Ese joven que en marzo de 1950 obtuvo un éxito rotundo en el Palacio de Bellas Artes como parte del ciclo Temporada de teatro universal, conquistó a los estudiantes de las escuelas de teatro, pero también a grupos de aficionados y estudiantes de secundaria y preparatoria; montó sus obras en grandes recintos con directores reconocidos, pero también con jóvenes directores y compañías de teatro independiente o agrupaciones de pueblos indígenas.
Su obra fue galardonada a lo largo de los años, como en 1996 cuando obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Cuatro años después, en diciembre de 2002, sufrió una trombosis cerebral que le dejó secuelas en el lenguaje y que le impedía caminar; sin embargo, no paró de escribir.
Su larga producción creativa, que desarrolló fundamentalmente en teatro, pero también en cine, novela y cuentos para niños, lo confirmaron como uno de los pilares de las letras mexicanas y, en particular, del teatro moderno. Siempre luchó contra la idea de que el teatro debe ser didáctico, decía que lo único didáctico es dar buenas obras.
Carballido es el único de los escritores de la generación de los 50 que permanecerá en el inconsciente colectivo teatral, afirmó el investigador de teatro Édgar Ceballos: “Si hacemos un examen de la trilogía de la Santísima Trinidad Mexicana, el padre es Rodolfo Usigli, quien gestó tres hijos que fueron Emilio Carballido, Hugo Argüelles y Vicente Leñero; éste último es el único sobreviviente en este momento”.
Hoy por hoy, la antología D.F: 52 obras en un acto, publicada por el Fondo de Cultura Económica, ha refrendado su nombre en los escenarios escolares, como antes lo hicieron en el escenario internacional piezas como Orinoco y Te juro Juana que tengo ganas.
El teatro mexicano sigue perdiendo señores, gente que hizo del oficio teatral un camino más o menos habitable.
Carballido, considerado “fenómeno del teatro del medio siglo”, consiguió trazar un nuevo rostro del teatro mexicano, abordando en sus dramas problemas cotidianos que partían de la realidad del espectador.
Muy tempranamente alcanzó la celebridad cuando en 1950 su obra Rosalba y los Llaveros, dirigida por Salvador Novo, lo transformó de un desconocido de 25 años, al único dramaturgo joven en pisar Bellas Artes.
El también narrador, crítico, guionista y, en algunas ocasiones, director teatral, vivió con la certeza de que “escribir es un acto de contacto con nuestra propia fantasía”. A los 82 años, murió el pasado lunes, en el hospital Luis F. Nachón, en la ciudad de Xalapa, víctima de un infarto agudo al miocardio.
Héctor Herrera, su pareja sentimental por 20 años, refirió que los diarios personales del autor de Orinoco permanecen inéditos, lo mismo que varias obras teatrales, una de las cuales se comprometió a entregar en octubre de este año a la Fundación para las Letras Mexicanas. Carballido recibió 370 mil pesos como parte del Programa de Aliento a la Obra Literaria, que el año pasado abrió esa fundación.
Nacido el 22 de mayo de 1925, en Córdoba, Veracruz, Carballido marcó con su teatro a las diversas generaciones de dramaturgos de mediados de siglo XX al presente.
Ese joven que en marzo de 1950 obtuvo un éxito rotundo en el Palacio de Bellas Artes como parte del ciclo Temporada de teatro universal, conquistó a los estudiantes de las escuelas de teatro, pero también a grupos de aficionados y estudiantes de secundaria y preparatoria; montó sus obras en grandes recintos con directores reconocidos, pero también con jóvenes directores y compañías de teatro independiente o agrupaciones de pueblos indígenas.
Su obra fue galardonada a lo largo de los años, como en 1996 cuando obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Cuatro años después, en diciembre de 2002, sufrió una trombosis cerebral que le dejó secuelas en el lenguaje y que le impedía caminar; sin embargo, no paró de escribir.
Su larga producción creativa, que desarrolló fundamentalmente en teatro, pero también en cine, novela y cuentos para niños, lo confirmaron como uno de los pilares de las letras mexicanas y, en particular, del teatro moderno. Siempre luchó contra la idea de que el teatro debe ser didáctico, decía que lo único didáctico es dar buenas obras.
Carballido es el único de los escritores de la generación de los 50 que permanecerá en el inconsciente colectivo teatral, afirmó el investigador de teatro Édgar Ceballos: “Si hacemos un examen de la trilogía de la Santísima Trinidad Mexicana, el padre es Rodolfo Usigli, quien gestó tres hijos que fueron Emilio Carballido, Hugo Argüelles y Vicente Leñero; éste último es el único sobreviviente en este momento”.
Hoy por hoy, la antología D.F: 52 obras en un acto, publicada por el Fondo de Cultura Económica, ha refrendado su nombre en los escenarios escolares, como antes lo hicieron en el escenario internacional piezas como Orinoco y Te juro Juana que tengo ganas.
El teatro mexicano sigue perdiendo señores, gente que hizo del oficio teatral un camino más o menos habitable.
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