Murió el maestro Héctor Mendoza antes de que concluyera el año, la década. Lo confirmó Consuelo Saizar y los medios ya lo difunden.
Mendoza, autor teatral, director de escena y especialmente gran formador de intérpretes, investigador de la actoralidad mexicana y gestor de puestas en escena que modernizaron la escena nacional.
Una década de grandes perdidas, de maestros que se fueron y dejaron tras de sí un legado complejo y rocoso en la escena mexicana, algunas veces brillante, otras veces cuestionable e incluso condenable, pero siempre fincado en la personalidad propia, en la idea del individuo/creador como motor del discurso, que se atreve a contagiar, a despertar el interés por un arte que en México tardó en encontrar su senda, en estar a la altura de otras disciplinas creativas.
Se fueron Ludwik Margules, V.H. Rascón Banda, Emilio Carballido, Esther Seligson, Juan José Gurrola, Claudio Obregón, Ignacio Retes, Perla Szuchmacher, Hugo Arguelles, Alejandro Aura, Xavier Rojas, Antonio González Caballero y otros más que mi memoria, unos minutos después de despertar, no recuerda.
No en ese orden, no con esa importancia para la historia del teatro mexicano, pero sin duda los arriba mencionados (y otros), dejaron una huella imborrable en la escena teatral del siglo XX mexicano y la primera década de este XXI.
Se abre la puerta a la renovación, al mismo tiempo que se confirma: el teatro es un arte efímero. ¿Quiénes recordarán, quiénes podrán acercarse a las obras de estos grandes maestros y cómo volver a sentirlas, a disfrutarlas? Sólo sus espectadores en la memoria, tendrán ese privilegio.
Todavía no hay plataforma tecnológica lo suficientemente hábil para que perduren las creaciones en la escena misma, para que exploten otra vez las emociones en el escenario y se compartan con el público, para volver a sentir y disfrutar. No.
Buen viaje maestros.
Mendoza, autor teatral, director de escena y especialmente gran formador de intérpretes, investigador de la actoralidad mexicana y gestor de puestas en escena que modernizaron la escena nacional.
Una década de grandes perdidas, de maestros que se fueron y dejaron tras de sí un legado complejo y rocoso en la escena mexicana, algunas veces brillante, otras veces cuestionable e incluso condenable, pero siempre fincado en la personalidad propia, en la idea del individuo/creador como motor del discurso, que se atreve a contagiar, a despertar el interés por un arte que en México tardó en encontrar su senda, en estar a la altura de otras disciplinas creativas.
Se fueron Ludwik Margules, V.H. Rascón Banda, Emilio Carballido, Esther Seligson, Juan José Gurrola, Claudio Obregón, Ignacio Retes, Perla Szuchmacher, Hugo Arguelles, Alejandro Aura, Xavier Rojas, Antonio González Caballero y otros más que mi memoria, unos minutos después de despertar, no recuerda.
No en ese orden, no con esa importancia para la historia del teatro mexicano, pero sin duda los arriba mencionados (y otros), dejaron una huella imborrable en la escena teatral del siglo XX mexicano y la primera década de este XXI.
Se abre la puerta a la renovación, al mismo tiempo que se confirma: el teatro es un arte efímero. ¿Quiénes recordarán, quiénes podrán acercarse a las obras de estos grandes maestros y cómo volver a sentirlas, a disfrutarlas? Sólo sus espectadores en la memoria, tendrán ese privilegio.
Todavía no hay plataforma tecnológica lo suficientemente hábil para que perduren las creaciones en la escena misma, para que exploten otra vez las emociones en el escenario y se compartan con el público, para volver a sentir y disfrutar. No.
Buen viaje maestros.
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