Es asombroso lo torvamente que nos
aferramos a nuestra desdicha, la energía que quemamos para alimentar
nuestra rabia. Es asombroso cómo podemos gruñir como bestias e instantes
después olvidar qué y por qué. No horas así, ni días, meses o años así,
sino décadas. Vidas completamente malgastadas, entregadas a los
rencores y odios más mezquinos. Al final no queda nada que la muerte
pueda llevarse...
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