Tijuana no es una ciudad, es una metáfora urbanizada. Tijuana es el
puente sensible, cartografía simbólica no de dos culturas que se tocan,
sino del temperamento latinoamericano en general, la particularidad de
la vida californiana y la sombra del imperio que evade el aislamiento
identitario. Tijuana está ahí, en ese nudo de calles que atajan el mar y
se repliegan hacia un muro. Tijuana habita desde la óptica fantástica
de sí misma, como la seducción de una puta frente al espejo.
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