Por primera, y espero que última vez, hago uso de este espacio para expresar una queja personal –en general lo uso para difundir noticias o auto alabanzas– por mi última compra de fruta en el supermercado. Aquejado por un resfriado y una legión virus imbuyendo mi garganta decidí ir a comprar provisiones (no químicas) a la tienda. Antes, mi rauda conciencia – que es una hermosa ardilla – me ordenó que me alimentara bien y me abrigara.
Con ese decreto en mente salí hacia la cale de Saint Laurent donde hago las compras. En algunos de los supermercados de Montréal, en las estanterías que guardan fruta, se deja ver un anuncio con el precio y el país de donde proviene el producto. Los mangos, que me gustan mucho, están marcados con el nombre de México. Día a día había visto cómo crecían los precios de la fruta y especialmente del mango, pero en pos de mi salud ni me fijé en la cantidad y llevé hasta la caja de pago una dotación de galletas, naranjas, limas y tres gordos mangos verdes.
Tuve que buscar bien los mangos, los comestibles, pues los que estaban por encima eran más bien podredumbre deliciosa para insectos, y había otros excesivamente verdes, como piedras del trópico. En fin, cuando la señorita del cajero me dio el recibo para firmar y pagar, no daba crédito a la cifra y creo que debí expresar algunos sonidos guturales que asustaron a los compradores. Todas las miradas encima de mí. ¡$23.06 dólares por tres mangos mexicanos de mediano tamaño en un supermercado promedio del centro de Montréal!
Con razón nadie compra mangos. Me quedé de piedra, es decir, como mango verde. En mi francés, o en mi inglés imperfecto reclamé, no sé muy bien cómo. Creí que era un error y me burlé de la situación con una falsa sonrisa. Llamaron a una especie de gerente, un haitiano que sólo sabe despedirse y saludar en inglés. La comunicación fue lenta pero me hice entender. Rectificaron y pesaron una vez más el producto. Me dejaron los tres mangos en $23.02 dólares. Después de ese acto de gratitud y de retrasar la fila de pago por unos diez minutos firmé y me fui a casa con mi exótico tesoro.
¿Para qué sirve el libre mercado, la globalización, los tratados de libre comercio? ¿De los veintitrés dólares cuánto le llegará al agricultor mexicano del Pacífico?
Es evidente que muchos de los mangos de ese y otros supermercados quebecúas no se venderán jamás. He visto cómo se llenan contenedores de basura de comida inútil para el consumo del primer mundo. ¿No podrían quedarse esos mangos en México y alimentar a unos cuantos niños?
Queja dos: ¿No les sucede que la mitad de los videos que se bajan del eMule o Ares son pornografía camuflada? Yo realmente quería ver el documental sobre San Agustín de Hipona, o Descartes y el universo del pensamiento matemático. No videos caseros de violaciones falsas y tediosa pornografía.
Queja tres: La ultraderecha se sigue comiendo a Europa. Para los que piensan que ahí se fragua el pensamiento moderno y las libertades, creo que se equivocan soberanamente. No tengo dudas de que la sociedad norteamericana es menos fascista que la europea radical.
De los ataques racistas en España, (metro de Barcelona, por ejemplo) hasta el triunfo de la ultra derecha en Suiza (hay que ver la campaña de publicidad con ovejas blancas y negras) a los muertos en Rusia a causa del nacionalismo más despreciable, queda otra evidencia que paraliza: los comentarios de la gente en los periódicos españoles. Yo leo dos o tres diarios españoles por la red, día a día, debajo de cada noticia se pueden dejar comentarios anónimos (aunque te pidan un seudónimo). Siempre que la noticia trata sobre un extranjero –aunque sea un jugador africano de futbol o un taxista rumano– la cantidad de insultos y xenofobia es sorprendente. Si lo quieren comprobar pulsen en estos periódicos. 20 minutos, El País, para citar un ejemplo.
Con ese decreto en mente salí hacia la cale de Saint Laurent donde hago las compras. En algunos de los supermercados de Montréal, en las estanterías que guardan fruta, se deja ver un anuncio con el precio y el país de donde proviene el producto. Los mangos, que me gustan mucho, están marcados con el nombre de México. Día a día había visto cómo crecían los precios de la fruta y especialmente del mango, pero en pos de mi salud ni me fijé en la cantidad y llevé hasta la caja de pago una dotación de galletas, naranjas, limas y tres gordos mangos verdes.
Tuve que buscar bien los mangos, los comestibles, pues los que estaban por encima eran más bien podredumbre deliciosa para insectos, y había otros excesivamente verdes, como piedras del trópico. En fin, cuando la señorita del cajero me dio el recibo para firmar y pagar, no daba crédito a la cifra y creo que debí expresar algunos sonidos guturales que asustaron a los compradores. Todas las miradas encima de mí. ¡$23.06 dólares por tres mangos mexicanos de mediano tamaño en un supermercado promedio del centro de Montréal!
Con razón nadie compra mangos. Me quedé de piedra, es decir, como mango verde. En mi francés, o en mi inglés imperfecto reclamé, no sé muy bien cómo. Creí que era un error y me burlé de la situación con una falsa sonrisa. Llamaron a una especie de gerente, un haitiano que sólo sabe despedirse y saludar en inglés. La comunicación fue lenta pero me hice entender. Rectificaron y pesaron una vez más el producto. Me dejaron los tres mangos en $23.02 dólares. Después de ese acto de gratitud y de retrasar la fila de pago por unos diez minutos firmé y me fui a casa con mi exótico tesoro.
¿Para qué sirve el libre mercado, la globalización, los tratados de libre comercio? ¿De los veintitrés dólares cuánto le llegará al agricultor mexicano del Pacífico?
Es evidente que muchos de los mangos de ese y otros supermercados quebecúas no se venderán jamás. He visto cómo se llenan contenedores de basura de comida inútil para el consumo del primer mundo. ¿No podrían quedarse esos mangos en México y alimentar a unos cuantos niños?
Queja dos: ¿No les sucede que la mitad de los videos que se bajan del eMule o Ares son pornografía camuflada? Yo realmente quería ver el documental sobre San Agustín de Hipona, o Descartes y el universo del pensamiento matemático. No videos caseros de violaciones falsas y tediosa pornografía.
Queja tres: La ultraderecha se sigue comiendo a Europa. Para los que piensan que ahí se fragua el pensamiento moderno y las libertades, creo que se equivocan soberanamente. No tengo dudas de que la sociedad norteamericana es menos fascista que la europea radical.
De los ataques racistas en España, (metro de Barcelona, por ejemplo) hasta el triunfo de la ultra derecha en Suiza (hay que ver la campaña de publicidad con ovejas blancas y negras) a los muertos en Rusia a causa del nacionalismo más despreciable, queda otra evidencia que paraliza: los comentarios de la gente en los periódicos españoles. Yo leo dos o tres diarios españoles por la red, día a día, debajo de cada noticia se pueden dejar comentarios anónimos (aunque te pidan un seudónimo). Siempre que la noticia trata sobre un extranjero –aunque sea un jugador africano de futbol o un taxista rumano– la cantidad de insultos y xenofobia es sorprendente. Si lo quieren comprobar pulsen en estos periódicos. 20 minutos, El País, para citar un ejemplo.
2 comentarios:
pues regrésate, tampoco es que sea temporada de mangos, no mamar...
está poca madre tu blog... te mando un abrazo.. no comas mango, mejor comete a una chica que parezca un mango...
Claudio Lossta
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