Los catalanes están en otro nivel. Sin duda son lo más europeo de la Península Ibérica y con el término "europeo" me refiero a las sociedades más civilizadas, que más y mejor muestran su progreso, qué más orgullosas se sienten de ello: un buen termómetro son los habitos culturales de su población. En fin, leo con estupor esta noticia: en Barcelona hay más gente que acude al teatro (el doble) que a los estadios del Espanyol y Barcelona en suma. Ojo, el Barça y el Espanyol no sólo juegan la Liga Profesional de Futbol, también Copa del Rey y competiciones europeas, Copa Catalunya y uno que otro partido benéfico, pretemporada y exhibición.
Al nivel que está jugando el Barça, a pesar de ser gente de teatro, quizá yo preferiría ver a Messi, Márquez, Xavi y Busquets, que la última obra de Beito, por ejemplo, pero los catalanes, y en concreto los habitantes de Barcelona, no. Ellos van al teatro.
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Qué bonito comienzo de año. El Barça rompiendo récords, jugando como si el deporte fuera arte, y el patético Real Madrid, que ya se sabe, está poblado de gente que bien podría habitar un reality show de medio pelo, juega feo y gana con ayuda de árbitros. Lamentable.
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Ayer sentí, por primera vez, verdadero miedo por un acontecimiento climatológico.
Las rachas de viento en Cantabria, especialmente en la costa, donde vivo, alcanzaron los 140 kilómetros por hora. Se fue la luz, cayeron árboles, contendores en la calle, bolsas pegando en la ventana, mi gato asustado. Nunca pensé vivir en la costa, y no me imginaba lo impresionante de ver olas crecer hasta los 10 o 12 metros. Pero nada que ver con el siniestro sonido nocturno, el chillido de los pájaros agarrados a los árboles que sacude el viento, ese griterío de aves resistiendo es abrumador, uno siente la muerte de tal modo, con esa cercanía, que sólo queda cerrar la ventana y poner algo de música.
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Recomiendo la última emisión de
La Mandrágora. No todo el programa es tan interesante como la entrevista a
Roberte Lepage, el mago de la escena. Cuando viví en Québec me resultó curioso que la gente de teatro que conocí - no mucha de todos modos - no hablara tanto de Lepage como de otros de sus artistas teatrales, de los que se sienten muy orgullosos, y cómo no. Si el teatro de La belle province está a la cabeza del mejor teatro del mundo. En fin, Lepage es uno de los grandes, de los genios de carne y hueso que marcarán época; al ver el video de su ópera presentada en Madrid,
La tragedia del libertino, hasta dan ganas de pagar los más de cien euros que cuesta una localidad para ver (admirar) el espectáculo.
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Estoy haciendo un proyecto teatral de largo aliento en México. Hay que hablar con funcionarios, secretarias y algunos artistas, todo a la distancia, vía mail, fax o teléfono. Después de 10 minutos esperando a que me atienda una secretaria de una oficina cultural, una voz me dice, "es que la señorita salió a comer, que le llame después de una hora". Mierda, pienso, "pero si ella misma me contestó, dijo que iba a mirar si ya estaba mi carta y me dejó aquí", le respondo. "No sabría decirle, joven, llame en una hora y media, es que la señorita salió a comer". ¿En horario de oficina?, pienso. "Pero es una llamada internacional, no puedo marcar tan tarde, además. Por favor, quiero hablar con otra persona, alguien que me atienda, sólo necesito un dato, no sé si usted...", le respondo. "Es que no hay nadie, joven, soy el policía, la señorita se fue a comer con sus compañeros porque hoy es su cumpleaños". Ya abatido y comprendiendo que el policía, que debería estar cuidando el edificio, es decir, su trabajo y en lugar de eso lo dejaron como secretaria, nada tiene de culpa, le respondo entonces, compasivo: "vale, voy a llamar en hora y media para localizar a la señorita". "¿Sabe qué joven?", "¡Qué!", respondo. "La verdad es que ya no va a regresar, mejor marque mañana, el lunes mejor dicho".
Cuelgo sin decirle buenas tardes.